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viernes, 14 de noviembre de 2014

Elaboración del cuero en Montoro desde fines de la Edad Media al siglo XIX

Artesanía del cuero en Montoro en la Casa Mohedo.
José Ortiz García
Desde la época medieval, toda la franja meridional de la península Ibérica y especialmente las provincias de Córdoba y Jaén, destacaron en el trabajo del cuero. Desde el siglo XV se produjo una avalancha de ordenanzas municipales expedidas por los diferentes concejos de la geografía peninsular, dirigidas a reglamentar aquellos empleos relacionados con la preparación, manipulación y trabajo de la piel.
Aunque carecemos de datos que nos lo confirmen, todo parece indicar que Montoro se encontraba entre los municipios que trabajaban y preparaban las pieles animales para su utilización en los diferentes usos industriales en la edad media, puesto que desde 1506 se tiene constancia de la existencia de una tenería en el término municipal de la zona, además del intenso surtido de piel que esta localidad llevaba aportando al mercado cordobés desde fines del siglo XV, según nos informa el profesor Córdoba de la Llave.
1.- LA PRODUCCIÓN DE LA MATERIA PRIMA.
Aunque resulta una obviedad repetirlo, la materia prima que se empleaba en la elaboración del cuero era la piel desollada del animal, especialmente de ganado vacuno, caprino y ovino. Esta presentaba tres capas fundamentales: La epidermis, dermis e hipodermis. La epidermis era la parte superficial de la piel en la que se encontraba la masa pilosa. La segunda capa la constituía la dermis, siendo ésta de la que iba a obtener el cuero. La dermis presentaba dos caras diferentes entre las que destacaba la inmediata a la epidermis denominada Flor, la cuál era fácil de identificar por su característico aspecto poroso sobre la superficie externa del cuero. Y por último encontramos la hipodermis, tejido subcutáneo de naturaleza adiposa, donde se concentraban todas las retículas grasas del animal.
Trabajo de manera artesanal del cuero en Montoro.
Las pieles que los artesanos locales utilizaban para sus quehaceres se adquirían fundamentalmente a través de las Carnicerías Públicas, bien de las existentes en el propio municipio o bien, de las presentes en otros pueblos comarcanos entre los que destacaban El Carpio y Aldea del Río. Debido al carácter de matadero público que tenían estas instalaciones, hasta ellas se desplazaban una amplia gama de ganado para la venta de su carne y cuero, principalmente al finalizar el otoño como consecuencia directa de la reducción de los pastos. Con esta disminución de la cabaña ganadera se pretendía controlar una excesiva reproducción de las animales según nos comenta para la zona catalana J. Torras.
En Montoro, la carnicería pública se encontraba situada en la calle de las Carnicerías junto a las Paraderejas. Este establecimiento, fue objeto de importantes obras y mejoras durante la segunda mitad del XVI y principios del XVII. En Junio de 1604, el Concejo montoreño entregó a Antón López Ramos, al aladrero Bartolomé Díaz Madueño y al carpintero Juan de Orgaz, 4.266 maravedíes por cimentar las carnicerías y reparar ciertas puertas y tajones de madera. El 2 de Noviembre de 1609, el Concejo de la villa mandó a varios albañiles a que reconocieran la fachada sur del adarve donde quedaba asentado el edificio. Éstos hallaron la pared en un estado deplorable que hacía urgente la necesidad de acometer obras por el peligro que existía de derrumbe de toda la portada meridional. En 1625 se volvieron a componer los tajones del matadero, con madera de álamo o de fresno procedente de la dehesa de Corcomé, que sustituirían los antiguos que hasta entonces habían utilizado los carniceros: dixeron que por quanto la carnicería desta villa y pressisa neçesidad de hazer obra y hurtar unos cimientos que hay y otros reparos que combienen se hagan luego y porque los propios no tienen dinero para ello acordaron se haga por quenta de la administración y que Bartolomé Díaz Madueño, administrador, diese para ello el dinero que fuese menester (…) dixeron que en la dicha carnicería ay neçesidad de taxones porque los que hay no se pueden serbir dellos y acordaron que Juan Ortiz, aladrero, vezino desta villa baya a la dehesa de Corcomé y de álamo o fresno corte dos taxones y los haga traer a esta villa y los adereze y ponga y también que fuere menester para las escarpias y lo que an ello hagan azelo pague el dicho administrador …”. A principios del XVIII se aprovechó para arreglar los edificios existentes en la plaza mayor de la localidad entre las que se encontraban estas dependencias.
La corambre solía ser adquirida por personas relacionadas con el gremio de materia gruesa, como eran zapateros y curtidores, a través de un contrato notarial. Estos compromisos tenían una validez anual, que se extendía generalmente desde el inicio del período de Carnaval al siguiente. Esta periodización posiblemente tenga lugar, como consecuencia directa de la Cuaresma, período religioso muy respetado en la época, y en el cual el consumo de carne quedaba relegado por otros alimentos, debido a los ayunos.
Ganado vacuno en el Cordel de las Vacas Bravas de Montoro. Inicios del S.XX. Archivo Hnos. Aguilar Pérez
Los cueros que se demandaban por medio de este tipo de convenios eran fundamentalmente de ganado vacuno, encontrándose entre la documentación utilizada numerosas alusiones sobre los pellejos de toro, buey, vaca y becerro. Conocemos algunos de los precios que ostentaba la corambre a mediados del siglo XVI, costando cada piel de toro, buey o becerro veinticinco reales de vellón mientras que la de vaca costaba veintitrés reales. En el siglo XVII, la cuantía se incrementa ascendiendo cada cuero de buey o toro a cuarenta y un reales de vellón, y el de vaca a treinta y un reales. A fines de esta centuria, la suma monetaria sigue aumentando hasta llegar a costar el pellejo de cada macho vacuno sacrificado unos diez ducados, y el de vaca en torno a los nueve. Todas las pieles de toro, vaca, buey valoradas, pertenecían a animales de más de tres o cuatro años de edad, ya que si no alcanzaban este tiempo tenían un coste algo inferior al referido.
Debido al gusto por los festejos taurinos que la sociedad de la época, algunos concejos peninsulares, entre los que se encontraba Córdoba, establecieron que sí alguno de estos animales servía de distracción popular, su carne se vendiera como carne mortecina. De hecho en 1505 la capital cordobesa prohibió cualquier tipo de práctica taurina en el interior de los corrales de las carnicerías, con motivo de que los carniceros propiciaban de forma clandestina juegos con estos animales antes de sacrificarlos. A pesar de que el peso de la carne de estos animales lidiados se abarataba, la piel parece que seguía valorada igual que una res sin capotear, ya que en el contrato que se estableció en 1601 entre Rodrigo de Ravé, obligado de las carnicerías, y los curtidores locales Antón García Bravo y Martín Ruiz Julián, se estipuló que también entraran en el compromiso cualquier tipo de cuero procedente de “los toros para lidiar el día del Corpus y San Juan de Junio”.
Pero además de cueros mayores, los artesanos locales también adquirían pieles de ganado menor aportadas principalmente por animales de la cabaña caprina. El abastecimiento de este tipo de rebaños a los mataderos públicos fue constante. Como ejemplo vemos el testamento que estableció un cabrero ante el escribano Juan de Vacas en 1580, en el cual encargaba la venta de sus cuarenta y cinco cabras al referido matadero, cuyas pieles se adquirirían por los artesanos de la zona. Otro caso de compra de ganado caprino lo encontramos en 1632, momento en el que tres vecinos de la localidad compraron a Martín Ramírez, 271 cabezas de machos cabríos por una suma de 9.485 reales.
El valor al que ascendían los pellejos de cabras a fines del siglo XVI era de diez reales y un cuartillo de real, y a fines del XVII e inicios del XVIII, por cada piel de cabra que procediera tanto de la villa como de lugares exteriores a la misma, había que satisfacer en concepto de arbitrio al arca de caudales de Montoro, ½ real de vellón.
Trabajos realizados en cuero de manera artesanal en la Casa Mohedo de Montoro
Aunque las anteriores eran las pieles más demandas por los curtidores, zapateros y otros artesanos del cuero, no hemos de olvidar que en el mercado local también se producía otro tipo de piel procedente del ganado ovino. El cuero de estos animales tenía la particularidad que se podía curtir con pelo (lana) para la elaboración de elementos dedicados a ciertas vestimentas y a objetos de guarnicionería (sillas de montar). Son numerosas las alusiones documentales que poseemos acerca de las adquisiciones de carneros por parte de vecinos de la villa, utilizados tanto para el sustento alimenticio de la familia, como para el aprovechamiento de su piel. Al principio del siglo XVII la cuantía por cada docena de cueros ovinos alcanzaba los diecisiete reales, según podemos apreciar a través del contrato establecido entre el abastecedor del matadero público de Aldea del Río y el curtidor montoreño Andrés Dejándola en 1602.
Por último nos hemos de referir al empleo de pieles de animales salvajes en la elaboración del cuero. A pesar de que no hemos tenido ocasión de constatar documentalmente referencias que aludan al uso peletero de animales tanto de caza mayor (pieles de cervuna o gamuza) y menor (liebres y conejos), de felinos (gatos cervales, rabudos o monteses), de animales salvajes (zorro, jineta, lobo, garduña, etcétera) y otros tantos de los que se tienen constancia en la capital cordobesa para la época medieval y moderna, hemos de tener en cuenta que en el término municipal de esta localidad abundaba este tipo de animales desde épocas ancestrales, puesto que la sierra de Montoro y de Andújar era famosa por encontrarse entre las mejores reservas de caza de la península y por haber disfrutado de la presencia de osos al menos hasta el siglo XIV. En las actas capitulares encontramos repetidas menciones sobre la cacería de lobos, zorros y otras alimañas en los montes del término, de lo que se deduce que la piel de estos se utilizaría también para la curtición debido a su elevada cuantía. Sabemos que a principios del XVII, un lobo mayor costaba entre los tres y cuatro ducados, un lobezno ocho reales y cada raposa tres reales, según quedó acordado en 1605 por el concejo montoreño. Esta decisión causó cierto malestar entre los ganaderos presentes que anteriormente por cada lobo mayor que se abatía en la sierra se pagaban cuatro ducados y por cada lobezno uno, con lo que la modificación de los precios precedentes causaría que la gente dedicada a esta actividad, aprovechara para cazar lobos en los meses de cría por la facilidad de encontrar camadas y un mayor número de animales mayores vinculado entre sí, dejando el resto del año este tipo de ocupación interrumpida por la dispersión de los mismos en detrimento de sus cabañas ganaderas.
Artículos realizados en la Casa Mohedo de Montoro.
Gracias a la información proporcionada a través de las guías de productos de 1744, sabemos que en el término montoreño también se utilizaban cutículas de reptiles, pues entre los expedientes nos aparecen repetidas alusiones a pieles de caimanes. Aunque su nombre nos induce a pensar en los grandes saurios de los ríos americanos y egipcios, en nuestra localidad lo hemos de poner en relación con los lagartos, ya que en el libro de Manuel L. Criado se hace alusión al antiguo nombre de la calle de la Cruz, antes del caimán, por la aparición de un enorme lagarto. “…Su antiguo nombre fue, la calleja o callejuela del Caimán, ignorando de un modo cierto su origen; pero cuenta la tradición, que en tiempos ya muy remotos, apareció un día en esta calle un lagarto de tan exageradas dimensiones, que causó el mayor espanto entre los vecinos, especialmente entre las mujeres, por creer que este reptil es enemigo encarnizado de su sexo. El lagarto, después de incesante persecución, no tardó en ser cogido y muerto por los mozos del barrio, clavándolo en la pared de un huerto de la Calleja, permaneciendo allí mucho tiempo. Desde entonces esta callejuela tomó el nombre del Caimán por confundir este anfibio con un lagarto…”. Hemos de añadir a esta aclaración que de ser cierta esta hipótesis se tratase de un lagarto ocelado, ya que es el reptil más grande y usual que existe en el término montoreño de esta especie. El empleo de este material en la realización de obras artesanales era frecuente en países americanos y anglosajones como nos indica Roy Thomson.
En último lugar citaremos las pieles de animales muertos, llamada en la época como piel mortecina. Estas procedían de cualquier vertebrado finado en el término cuya piel pudiese ser empleada en las labores de curtición. A modo de ejemplo citaremos el curtido del cuero de una yegua sacrificada de don Francisco Diego el día 1 de marzo de 1744.

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