LO MEJOR DE LA SEMANA

viernes, 9 de septiembre de 2011

Grandes Imagineros: Juan de Mesa



Pasión por Montoro sigue interesandose por los Grandes Imagineros de nuestra historia y esta vez hemos elegido a Juan de Mesa, discípulo de otro de los grandes como es Juan Martínez Montañés. Poco sabemos de la vida de Juan de Mesa y Velasco. Por curioso que resulte no hay ninguna información, que pudiera haberse reflejado en el ardiente siglo XVII, que nos permita hacernos una idea de como transcurrió su vida. No existe tampoco (o al menos lo desconozco) ningún cuadro o imagen del imaginero, realizado en su época.
       Juan de Mesa y Velasco nació en Córdoba en el año 1583. Cuando contaba con veintitres años ingresó en el taller de Martínez Montañés, en Sevilla, siendo un discípulo leal y ordenado que inició sus estudios en humanidades mientras olía a madera tallada.  Quién sabe si su trabajo de peón al lado de tan gran maestro y la superación al mismo pudo influir en su posterior ocultamiento, posiblemente premeditado por sus contemporáneos. Se casó con María Flores y se instaló en la calle Pasaderas de la Europa, cerca de la Alameda de Hércules. Sabemos además que perteneció a la hermandad del Silencio, siendo miembro activo de su Junta de Gobierno, la cual albergaba entre sus hermanos a numerosos sevillanos ilustres.  Como consecuencia, al parecer, de una tuberculosis falleció a la temprana edad de cuarenta y cuatro años estando enterrado en la Iglesia de San Martín de Sevilla.
    Sus obras siempre le han sido atribuídas a su maestro permaneciendo su nombre durante tres siglos oculto a la historia, no obstante, hoy día Juan de Mesa se considera el representante más importante del realismo sevillano. Bermejo Carballo y Rodríguez Jurado lo citaron inicialmente en
 sus escritos, despertando de ésta forma, el ansia de conocimiento de algunos investigadores como José Hernández Díaz, Celestino López Martínez, Antonio Muro Orejón y Heliodoro Sánchez Corbacho, verdaderos propulsores y responsables de que hoy conozcamos al imaginero cordobés. El trabajo de Juan de Mesa parece que fue dedicado casi en exclusividad a las imágenes procesionales, realizando estudios anatómicos de los procesos premortales y observaciones de cadáveres que le permitieron plasmar en la madera obras llenas de realismo. Realismo, éste, que instó a la propagación del culto a Jesús por parte de una población que veía "más cerca" los momentos pasionales de Jesús y su sufrimiento, consituyendo un acrecentamiento de la devoción entre el pueblo cristiano. EN IMAGEN PODEMOS OBSERVAR A SAN JUAN BAUTISTA, ubicado en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. LA OTRA IMAGEN NOS MUESTRA A JESÚS CRUCIFICADO DE LIMA, obra de Mesa.

Contrariamente a Montañés, dedica su trabajo casi en exclusiva a las imágenes procesionales, en las que logra tal exactitud anatómica y fisiológica, a tono con la nueva mentalidad de la Contrarreforma, que sería imposible sin el estudio directo sobre cadáveres y agonizantes. El modelo sin embargo quizá pudo hallarlo en el San Jerónimo de Torrigiano, que entonces se encontraba en el Monasterio de San Jerónimo de Buenavista. Este naturalismo conectó enseguida con un público ávido de consuelo tras el azote de la primera peste y extendió el culto al Cristo crucificado entre una población que, con la pasada experiencia, veía más próximos los momentos pasionales de Jesús y su sufrimiento. Tal fue la clave de su éxito.
Aunque sin su refinamiento, el estilo de Mesa procede sin duda de Montañés, pero deriva hacia la intensidad, propende al movimiento y a lo atormentado, acude al recurso de clavar las espinas en cejas y orejas, detalles barrocos que habrían sido excesivos en el maestro.Trabaja en cedro unas imágenes de tamaño algo superior al natural, adecuado para llevarlas en procesión y verlas venir de lejos. Es autor del Jesús del Gran Poder y de más de una docena de Crucificados entre documentados y atribuidos, de los que sobresale el Cristo de la Agonía de la iglesia de San Pedro en Vergara, un "Laoconte español", su talla más lograda. EN IMAGEN NIÑO JESÚS BENDICIENDO, obra de Juan de Mesa. Sin duda el rostro infantil de este Jesucristo nos sorprende, además de su blanda anatomía infantil. Nos puede recordar al Niño Jesús bendiciendo de su maestro.
Los Crucificados, «uno de los más ricos conjuntos iconográficos sobre las últimas horas de Jesús» dice Otero Nuñez, están traspasados por tres clavos sobre una cruz arbórea, hecha de un tronco sin devastar, lo que acentúa el naturalismo, y llevan corona de espinas de un bloque con la cabeza o postiza. Sus cuerpos aparecen agitados por un sentimiento interior que
 rima con la angustiada expresión de los rostros de pómulos salientes, en los que las cejas se curvan hacia el entrecejo como signo de dolor intenso, los ojos se abultan cuando están abiertos y los párpados se ondulan cuando cerrados; el cabello y la barba se ordenan en madejas finas y simétricas, el pecho aparece hundido, sin fuerza, y toda la anatomía se hace minuciosamente descriptiva: los clavos retuercen los dedos y arrugan la piel. El paño de pureza deriva del utilizado por Montañés y forma grandes masas de pliegues finos y profundos, con cuerda o sin ella, atado con dos moñas laterales. De todos ellos sólo tres recorren las calles de Sevilla durante la Semana Santa: Cristo del Amor, Cristo de la Conversión del Buen Ladrón, Cristo de la Buena Muerte. EN IMAGEN OBSERVAMOS AL CRISTO DE LA AGONÍA DE VERGARA, considerada la obra cumbre de Juan de Mesa.
Antes de iniciar el análisis de las obras más importantes de Juan de Mesa, me gustaría pararme en un dato curioso, Juan de Mesa fue un auténtico desconocido para sus contemporáneo. Pero lo verdaderamente curioso y extraño es el silencio que guardaron sus contemporáneos acerca del escultor cordobés. Juan de Mesa fue un artista total que tuvo el raro privilegio de no merecer por parte de los escritores de su tiempo, ni un elogio ni una repulsa. Por este motivo el escultor cordobés ha sido un hombre condenado a permanecer en el olvido. Nadie, absolutamente nadie de la culta Sevilla de aquello días se tomó la molestia ni de enaltecerlo, ni de denigrarlo, no ocupándose de él aun cuando hubiera sido por otra causa distinta a la del arte. Juan de Mesa no tuvo la suerte de otros compañeros, como por ejemplo su maestro Juan Martínez Montañés. De nuestro artista nadie se ocupó de hablar, ni sus discípulos, que los tuvo, ni sus amigos, que pudo muy bien tenerlos, ni los intelectuales de su época que, forzosamente lo tuvieron que conocer.  Tampoco el pintor Pacheco, suegro de Velázquez, lo pintó en su galería de sevillanos ilustres, hecho inexplicable puesto que, viviendo ambos en el mismo barrio, Mesa en la calle Pasaderas de la Europa y Pacheco al principio de la Alameda, pudieron por razones de vecindad, conocerse y tratarse.
Además, el pertenecer los dos a la cofradía de Jesús Nazareno de San Antonio Abad, de la que Mesa fue, incluso, oficial de la junta de gobierno era también otro motivo, aparte del profesional, para que al pintor no le resultase el escultor un don nadie. Alonso Sánchez Gordillo, Rodrigo Caro y Ortiz de Zúñiga tampoco lo mencionaron en sus conocidas obras, pródigas en noticias, hechos y personajes de la Sevilla Barroca. Bien es verdad que el analista escribió la suya muchos años después de muerto Mesa, pero la circunstancia de ser Don Diego feligrés de San Martín, parroquia en la que estaba sepultado el escultor, va a favor de que pudo haber tenido conocimiento de su existencia y de su obra. Más extraño resulta el silencio tanto del Abad, como del erudito, que por fuerza le conocerían, ya que ambos fallecieron en esa edad madura y sólo unos años después que Mesa.

Tampoco le citará Don Diego Ignacio de Góngora en su "historia del colegio de Santo Tomas", obra en la que se habla de muchos artistas del XVII y en la que, incluso de pasada, quedó recogida la noticia del pintoresco tratamiento médico al que fue sometido su fundador, Fray Diego de Deza, en su postrera enfermedad. Finalmente, en las noticias del seiscientos, publicadas por Morales Padrón con el nombre de "Memorias de Sevilla" y que para este autor tienen el valor de un periódico actual, para nada se habla de su existencia. Indudablemente Juan de Mesa fue un perfecto desconocida para los publicistas de su tiempo...
Nada hay en la vida de mesa que llame la atención ni por lo llamativo ni por lo vergonzoso, aún cuando viva en el ambiente refinado, intrigante, refinado sensual y cosmopolita de la Sevilla del XVII. Una Sevilla en la que se dieron múltiples escándalos en esa época, como anota Granero y de los que no se libraron los artistas. Recuerden a ese respecto los que dio Montañés, a pesar de que Rodríguez Jurado quiera presentarlos como originados por la envidia que el maestro suscitaba, o la famosa historia de los monederos falsos que refiere Martínez Ripoll, relacionada con aquel hombre colérico tan insoportable de aguantar, que su hijo se marchó de su lado, llamado Herrera el Viejo.
Entonces, si Juan de Mesa no fue un amoral, y menos un picapedrero, hay que admitir por fuerza que debió ser un hombre excepcional y envidiado en grado extremo, un hombre molesto con el que competir era una tarea muy difícil, un hombre con el que, por su bondad, no se podía luchar cara a cara en limpia lid y por eso, el que lo condenaran a ser ignorado, como único medio de vencerlo, aplicándole la terapia más eficaz para conseguir ese fin, el de los espeluznantes silencios que se han dado en Sevilla en cualquier época y contra cualquier hombre incómodo que descollaba. EN IMAGEN VEMOS EN UN PRIMER LUGAR LA INMACULADA DE JUAN DE MESA. Después observamos LA VIRGEN DE LA CARIDAD de la Hermandad de las Cigarreras y por último vemos  a LA VIRGEN DEL HOSPITAL DE ANTEZANA, Alcalá de Henares.

A continuación realizaremos un análisis en profundidad de las obras más representativas de este genio cordobés:
-Gran Poder de Sevilla
Es muy difícil intentar condensar en unas líneas el sentido, los sentimientos y la naturaleza de la imagen de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Además de sus indudables valores artísticos e históricos, sus valores devocionales lo han convertido en una imagen universal, sin la que es difícil entender el barrio de San Lorenzo, cuyo eje es la Parroquia primero y la Basílica después y cuyo ritmo se acelera cada viernes, cada cuaresma, cada Semana Santa. Una devoción sin la que es difícil conocer a la propia ciudad que a lo largo de los últimos siglos lo ha mantenido como referente de su vida espiritual, convirtiendo su rostro en el que muchos piensan cuando lo hacen en Dios mismo. Una devoción sin la cual sería difícil comprender la Semana Santa que conocemos.
La imagen, largamente creída obra de Juan Martínez Montañés en función a la temprana muerte de Juan de Mesa y la falta de documentación de la época que hiciera referencia a su genio por encima del de su maestro, es una talla única, realizada en madera de cedro con la peana en pino de segura, de una medida cercana a los dos metros, distorsionada por el efecto de su posición, sacrificio auténtico de la escultura en virtud de la cual se exalta su dinamismo y realismo. Está completamente tallada, con los brazos articulados para disponerlos entorno a la cruz o maniatarlos
Está policromada, con deficiencias en la conservación de su integridad, lo que a lo largo de los años ha aumentado la referencia a su aspecto doliente, acrecentando con el tiempo como un ser humano, su sufrimiento en la tierra.
En 1920, Adolfo Rodríguez saca a la luz la posibilidad más que científica de que la hechura del Señor, como las de las esculturas del Cristo de la Conversión y el de la Misericordia del Convento de Santa Isabel sean obras de Juan de Mesa y Velasco. En 1930, Heliodoro Sancho Corbacho encuentra el documento de la carta de pago de la obra, conjunta a la ejecución del San Juan, por los que Juan de Mesa recibe 2000 reales de a treinta y cuatro maravedíes cada uno en una relación cerrada en octubre de 1620. En el documento se cita la regencia de la hermandad por el entonces mayordomo Pedro Salcedo, constando en el mismo Alonso de Castro como pagador y Alcalde de la Cofradía y pudiendo estar vinculado como policromador, al menos de San Juan, el hermano de la corporación Francisco Fernández de Llexa. Desde entonces se debe reescribir la Historia del Arte y de la Semana Santa en Sevilla y Andalucía, encumbrándose la figura del escultor cordobés, autor sin duda tocado por una magnitud creativa y humana desbordante a juzgar por las obras magistrales de la imaginería que ejecuta entre 1618 y 1621: Cristo del Amor, Cristo de la Conversión, Gran Poder, Cristo de la Buena Muerte, Cristo de la Misericordia y Nazareno de La Rambla entre otras.
El Señor es una imagen eminentemente de su tiempo, una escultura moderna en toda la extensión del término, pues es desde su creación referente de los principios marcados por el Concilio de Trento y en la vía a seguir por el arte, cuyo ejemplo y relevancia es fundamental para la conmoción, aprendizaje y  sentimientos del pueblo y lo es contemporánea a la vez, en cuanto sus fundamentos como imagen han crecido hasta su dimensión actual. En ese sentido, como en el estilístico, el Gran Poder marca un punto de inflexión en la escultura que hasta entonces ilustra las creaciones del cambio del s. XVI al XVII, cuyo referente guarda clasicismo y humanismo heredado del aprendizaje renacentista; cuyas obras son referentes mundiales de la creación en madera, —Montañés en Pasión y en el Cristo de la Clemencia o en el mismo 1620 Mesa en el Crucificado de la Buena Muerte—, tornando hacia un arte más temperamental, en el que la fuerza arrasa hacia un realismo que es cercano al pueblo, que exalta sus sentimientos.
Culminada la belleza formal del Manierismo, la escultura exenta barroca sevillana alcanza en la efigie de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder una expresividad única, especialmente marcada en su rostro y en sus ojos, que son plenitud de amor, de esperanza y de firmeza ante los designios de la vida; marcada por la emotividad y el dramatismo, que se plasma aquí en la zancada poderosa que lo aturde camino de la muerte haciendo presagiar un desenlace dramático, pero tomada con la resignación con la que amorosamente envuelve con sus manos el madero que será de su sacrificio sabiendo que la gloria es tras la muerte; marcada por el realismo patético que se nutre de la plástica de los estudios del natural como lo muestran las heridas de su rostro, la corona de la serpiente del pecado que Él derrota que se enrosca imbricada en su cabeza, las espinas que traspasan la ceja y con ella su mirada de amor y que le hieren en la frente y la oreja, llevando al espectador y devoto hacia un espíritu penitencial en el que Cristo entra en diálogo cercano con el hombre, le muestra resignadamente su destino y lo acoge inundando de ternura y de firmeza al que lo presencia. “El que quiera venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
Y todo ello lo logra Juan de Mesa dotando a la imagen de una anatomía perfectamente pensada, en la que el cuerpo descompensado, largamente abierto el compás de su zancada, se inclina arqueando su espalda en un dinamismo exacto que evita la caída mostrando a Cristo asiéndose a la Cruz, ensimismado en su dolor, retraído pensando que ya todo está escrito, que su penar va camino del final. Ha pasado la noche de la detención, del juicio y del escarnio y el Señor está a punto de llegar al Calvario para ser crucificado, va a encontrarse con María, su madre, es el momento más desgarrador del sufrimiento en vida de los mortales y aún así, en su andar y en su rostro, severo y bondadoso a la vez, este Nazareno transmite la mayor de las esperanzas.
Y todo ello lo logra Juan de Mesa dotando a la imagen de una anatomía perfectamente pensada, en la que el cuerpo descompensado, largamente abierto el compás de su zancada, se inclina arqueando su espalda en un dinamismo exacto que evita la caída mostrando a Cristo asiéndose a la Cruz, ensimismado en su dolor, retraído pensando que ya todo está escrito, que su penar va camino del final. Ha pasado la noche de la detención, del juicio y del escarnio y el Señor está a punto de llegar al Calvario para ser crucificado, va a encontrarse con María, su madre, es el momento más desgarrador del sufrimiento en vida de los mortales y aún así, en su andar y en su rostro, severo y bondadoso a la vez, este Nazareno transmite la mayor de las esperanzas.
Nuestro Padre Jesús del Gran Poder es una imagen acentuadamente poderosa, fuerte y varonil que se adecua muy bien a la tipología humana de la época. La cabeza la presenta levemente inclinada hacia abajo, con la mirada en el espectador, como rey humilde y misericordioso cuyo trono aún tiene que llegar. Aparentemente descarnado por las heridas sobre su policromía desde el s. XIX, se trata de un hombre de mediana edad, con el cabello largo agrupado en mechones del que sobresale el que pende del lado derecho de su frente. Con barba bífida minuciosamente tallada, presenta el ceño levemente fruncido, las cejas enarcadas, traspasada la izquierda por una de las espinas, y los ojos misericordiosos almendrados, parcialmente entornados, con la nariz abultada en el centro y los labios carnosos, conjugando todo su rostro fortaleza, clemencia y bondad sin límites.  
Varias han sido las restauraciones que, con mayor o menor fortuna, se le han realizado de un modo documentado. Por un lado, sabemos que en 1776 interviene, como en el paso procesional, el escultor Blas Mölner colocándole nuevas espinas en la corona. Desde ahí hasta 1977, fecha en la que tiene lugar la desafortunada actuación de Peláez del Espino, el Señor va adquiriendo la tez morena con la que lo conocemos y se le empieza a llamar popularmente “El Divino Leproso o el Cisquero de San Lorenzo”. Peláez, en una dramática operación hace una nueva estructura interna metálica que está a punto de terminar con la materialidad lignaria corporal de la escultura. Para sanear esas deficiencias, en 1983 los hermanos Raimundo y Joaquín Cruz Solís actúan integralmente en la escultura, exceptuando el rostro. En esta restauración se recupera la integridad interna de la madera alterada en 1977 y se  recoloca el tercer apoyo al Señor para evitar daños en las salidas procesionales.
Tras la agresión de un perturbado al Señor del Gran Poder, tuvo que ponerse de nuevo en manos de un restaurador. Teniendo el boceto original de la restauración en nuestras manos.

Salida del Gran Poder en el año 1914


Salida del Gran Poder en el año 1939, sin duda una foto bastante curiosa.
PARA NO ALARGAR DEMASIADO EL ARTÍCULO DEDICADO A JUAN DE MESA EL ANÁLISIS AL CRISTO  DEL AMOR, LA CONVERSIÓN DEL BUEN LADRÓN, EL CRISTO DE LA BUENA MUERTE Y LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS DE CÓRDOBA. SERÁ PUBLICADO PRÓXIMAMENTE UN ARTÍCULO DONDE SE ANALICE EN PROFUNDIDAD ESTAS OTROS GRANDES OBRAS DEL GENIO JUAN DE MESA.

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